Dentro del mundo de los contaminantes ambientales, nos encontramos con un tipo poco conocido pero no, por ello, menos perjudicial para nuestro entorno: la contaminación lumínica. Se trata del brillo o resplandor en el cielo nocturno producido por el reflejo de la luz artificial en los gases y partículas del aire que produce una pérdida de visión del cielo.

La contaminación atmosférica y la lumínica están estrechamente relacionadas. El uso inadecuado de luminarias en nuestras ciudades, el mal apantallamiento de la iluminación de exteriores como la mala direccionalidad del haz de luz, muchas veces dirigido hacia el cielo, junto con el aumento de gases y partículas en el aire, produce un aumento de la dispersión de la luz creando la perdida de visibilidad de nuestro cielo.

Además de esto, el exceso de luz artificial durante la noche afecta nuestro hábitat ecológico produciendo alteraciones biológicas en ciertas especies de animales e insectos, cambios de conducta y en algunos puede incluso causar la muerte. Incluso afecta a nuestra salud, llegando a causar stress, fatiga visual o perturbaciones del sueño.

Con el objetivo de contribuir al ahorro energético y reducir las emisiones contaminantes, se ha decretado una retirada progresiva de las lámparas incandescentes en los hogares y calles europeos. El Ejecutivo comunitario calcula que esta medida permitirá alcanzar un ahorro anual de 40.000 millones de kilovatios hora (KWh) y una reducción de 15 millones de toneladas CO2 al año, a partir de 2020.

El impacto de la contaminación lumínica no se puede eliminar totalmente pero puede reducirse mediante innovaciones tecnológicas. Siempre que la orientación sea la adecuada y se enfoque hacia el suelo, las lámparas LED son una buena alternativa para paliar el problema y contribuir hacia una iluminación urbana eficiente.

Los sistemas LED presentan las siguientes ventajas:

•    Una vida útil cercana a las 50.000 horas (casi seis años funcionando de continuo las 24 horas del día).

•    Un consumo hasta ocho veces inferior al de las lámparas incandescentes.

•   No contienen tungsteno ni mercurio, altamente contaminantes, incorporan en su fabricación materiales reutilizables.

•   Reducen hasta diez veces las emisiones de CO2 a la atmósfera.

Por estos motivos, en las ciudades, la iluminación esté siendo sustituida progresivamente por dichos diodos, siendo especialmente relevante su aplicación en semáforos, señales de tráfico y alumbrado público, lo que permite un ahorro energético de entre el 70% y el 80%. Un ejemplo claro, lo podemos encontrar en la ciudad de Madrid. Además del alumbrado público, la capital de España va a ahorrar más de 70% del consumo energético en su red de metro y trenes.

 

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